Historia
- Nuestra cofradía

HISTORIA DE LA COFRADÍA
Sobre la renombrada y popular cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno existen abundantes noticias históricas que atestiguan su origen y antigüedad.
Se puede decir que la devoción al Nazareno en Coín remonta su origen al año 1598. Se sabe a ciencia cierta que aquel año empezó a gestarse en esta villa la fundación de “la Cofradía de los Nazarenos”. Así lo recoge expresamente el testamento de doña Inés Gómez, otorgado ante el escribano Ginés de Villalobos, que dejó una memoria perpetua a la Pasión de Jesús, para que se diga por la Cofradía de los Nazarenos que se quería fundar, en la iglesia donde se fundase, y para ello impuso 12 reales de vellón sobre huerta en Los Llanos.
Esta fecha es muy significativa en la historia de nuestra cofradía, siendo la primera muestra indudable de devoción popular al Nazareno. Se puede intuir que la corporación todavía no existe en esta villa y que, justamente por aquel entonces, hunde sus raíces al proyectarse su fundación, aunque todavía se ignora el templo donde recibirá culto su sagrado titular.
Redactaron las primeras reglas por aquel tiempo y fundaron la nueva cofradía alentados por el sentir popular, estableciendo su sede canóniga en la Iglesia de santa María. La corporación del Dulce Nombre de Jesús se añadió al elenco de cofradías ya existentes en Coín desde el primer tercio del siglo XVI: la de San Sebastián, la de la Caridad, la de la Vera Cruz y la del Santísimo Sacramento. No será hasta la primera década del siglo XVII cuando aparezca la Hermandad de la Fuensanta y la de Ntra. Sra. Del Rosario, y poco después la cofradía de Ntra. Sra. de La Cabeza. En este ambiente, para la primera mitad del Seiscientos, se contabilizan un total de ocho cofradías en Coín: Caridad, Vera Cruz, Santísimo Sacramento, Rosario, San Sebastián, Fuensanta, La Cabeza y Dulce Nombre de Jesús. Más tarde, en 1699, se funda el Dulce Nombre de María en la iglesia conventual de la Trinidad, al igual que lo hacen otras cofradías como la de la virgen de la Soledad, en San Agustín; y la de las Ánimas, en la parroquial.
La imagen del Nazareno ocupó el mejor lugar de los posibles en la iglesia de Santa María; le quedó reservado el camarín central del altar mayor. Con el paso del tiempo la cofradía adquirió, para acompañar a su titular, una imagen de la virgen de los Dolores, un San Juan Evangelista, una Magdalena, una Verónica y un Santo Sepulcro, este último articulado, con el propósito de representar también la Crucifixión y el Descendimiento.
La creciente devoción al Nazareno de Coín tiene reflejo en los muchos censos a favor de la cofradía, algunos conservados actualmente en el archivo de nuestras religiosas Clarisas y la mayoría de ellos, en el Archivo Histórico Provincial de Málaga; casi tantos como disposiciones testamentarias de vecinos, pues lo habitual era pertenecer a todas, sino casi todas, las cofradías de nuestra localidad.
Ciertamente la historia de esta corporación está muy vinculada a la iglesia de Santa María; de hecho, en diversas ocasiones, se han encontrado referencias expresas de que el templo pertenecía a la cofradía del Nazareno. En este sentido, se publicó hace años cómo la corporación costeó sucesivas reformas en la cubierta y en el interior de la ermita de Santa María, ello tanto en el siglo XVII como en el XVIII. En el estado actual de investigación sabemos que, en marzo de 1662, la cofradía solicitaba 240 tejas para la obra que se estaba haciendo “en la Iglesia Santa María de esta villa, que es de dicha cofradía”.
Apenas unos años después se conoce un significativo dato del cual se desprende la existencia y ubicación de su casa hermandad. Corría el mes de mayo de 1688 cuando la corporación solicitó licencia para construir una casa en la plazuela, sin estorbar a la calle Real, “junto a la torre de la iglesia de Santa María, que en tiempos antiguos ha servido dicho sitio de cementerio”, y ahora los vecinos lo usaban de muladar donde arrojar todo tipo de inmundicias. Con toda seguridad, esta casa desaparecida que vemos aneja a la misma iglesia, edificada y costeada por la cofradía, debió servir en lo sucesivo de casa hermandad.
El siglo XVIII se presenta generoso en compromisos y encargos de obra; aunque ciertamente el plan de reforma impulsado por la corporación avanzará a un ritmo irregular. EL 27 de febrero de 1716, los hermanos mayores de la cofradía de Jesús Nazareno representan el restado de la gran obra que se está haciendo en la iglesia de Santa María y lo adelantado por ella, para cuya conclusión se procederá al traslado del Nazareno desde la iglesia parroquial de San Juan hasta la de Santa María, “que lo fue y es patrona de esta villa con María Santísima”. Sin embargo “la limosna de los fieles ha venido a menos, por la estrechez de los tiempos, y los oficiales que están trabajando en dicha obra precisa cesen en ella”. Los hermanos de la cofradía determinaron solicitar 30 fanegas de trigo al consejo de Coín para así, con su producto, poder continuar la obra “que se hace en su casa”. Consecuencia de esa ayuda, en concreto 750 reales, en siete meses concluyeron las reformas y se procedió a la traslación del Nazareno a su ermita de Santa María. Ese día se hicieron fiestas en la villa para celebrar la solemne colocación del Sagrado Titular en el altar mayor de la iglesia, aunque expresamente se prohibieron capeos, comedias, máscaras, cañas o alcancías
Se sabe también que la cofradía del Nazareno organizaba y costeaba la procesión del Viernes Santo en Coín. Durante la mañana, salía de su templo con su sagrado titular acompañado por la virgen de los Dolores, junto al resto de titulares, y hacía estación de penitencia recorriendo sus dos plazas públicas, es decir, la de Bermúdez de la Rubia (plaza Baja) y la de La Alameda (plaza Alta). Por la tarde, la cofradía llevaba a cabo la función del Descendimiento en la parroquial de San Juan, debido a las reducidas dimensiones de la iglesia de Santa María y la concurrencia de público. En la actualidad, decorando la cúpula del altar mayor de Santa María, aún se pueden contemplar, entre flores y acantos de yesería, los instrumentos alusivos a la pasión de Cristo: los tres clavos, el martillo, las tenazas y la corona de espinas. Estos símbolos también los encontramos presentes en la representación de corte barroco que, la tarde del Viernes Santo, costeaba y organizaba la cofradía del Dulce Nombre en la villa de Coín, en la que se escenificaba el rasgado del velo del templo y el Descendimiento de la Cruz por tres sacerdotes revestidos. Lo bajaban con ayuda de sudario y escaleras, colocando así al Cristo yacente sobre los brazos de su madre, junto a los instrumentos de la pasión y el Santo Sudario; acto seguido era depositado en el Santo Sepulcro formándose la llamada procesión del Santo Entierro, que hacía toda la estación para finalizar en la iglesia de Santa María.
Las obras continuarán con la llegada de las religiosas Clarisas. Consta que, cuando tomaron posesión en 1740, se “pasó a la cocina y patio de la expresada ermita en donde oímos conferir y hablar del asunto de construcción de obras para habitaciones de dichas hermanas”. Nueve años después, el consejo de Coín acuerda otorgar licencia para las obras de la iglesia y beaterio de Santa María, las cuales quedaron en suspenso tras invadir media vara de la calle, impidiendo el paso de las carretas.
Se sabe que por orden del obispo don Juan Eulate, se le encargó la obra al vicario Francisco Lorenzo de Leiva y necesitándose un poco de terrero para la construcción de dicha obra y adorno a las cuatro calles, suplicaba dieran situación, sin perjuicio del común, ni de particular, así como “licencia para que se le señale por los alarifes el terreno que se necesita para la dicha obra”. No fue monasterio con clausura y profesión de monjas, sino beaterio de orfandad, sin clausura obligada ni profesión, hasta el punto que se mantuvo tan sólo con algunas rentas que el obispo Eulate destinó a este fin y con la aportación de entrada que el mismo prelado determinó: 400 ducados de dote y 300 reales de propina. La llegada de las religiosas supuso un revulsivo espiritual para el pueblo, al que inculcaron sus singulares advocaciones, la de Santa Clara y San Francisco de Asís. En este empeño, obtuvieron por entonces licencia del Obispo para tener sagrario en el altar mayor de Jesús Nazareno y en el retablo lateral de Santa Clara y San Francisco.
La devoción al Nazareno se popularizó también en la iglesia mayor de San Juan, en concreto en la capilla de las Benditas Ánimas, donde se exhibía al culto un cuadro de un Nazareno, con dos metros de alto por uno y medio de ancho, que se atribuía a Tiziano, por algunos eruditos, o bien a El Greco, por otros. Lo que tampoco debería tomarse por fantasioso tan a la ligera, toda vez que podría dar cuenta de la generosidad que tuvieron tantos obispos con nuestra parroquia. Se conserva también una anotación histórica en la que las monjas de Coín vendieron al anticuario Salvador Blasco dos urnas con el Nacimiento y Cristo con la cruz a cuestas. Éstas eran figuras con las caras y manos de barro y las vestiduras de lienzo “encolchado”. La policromía era muy fina, con estofado en los paños y barniz ocre en cara y manos.
No se podría precisar si, tras la invasión napoleónica o las desamortizaciones del siglo XIX, la corporación del Dulce Nombre perdió su enorme protagonismo o el fuerte arraigo popular, tal como ocurrió con la sacramental de Coín y muchas otras penitenciales y de gloria; aunque como dato muy significativo, según acta capitular fechada en 26 de diciembre de 1817, sabemos que los hermanos mayores de la cofradía solicitaron por aquel entonces la aprobación de nuevas Constituciones.
La Contienda Civil del 36 tuvo consecuencias desastrosas para la cofradía, su imaginería y su archivo. Solamente las religiosas Clarisas lograron poner a salvo algunos legajos, vestiduras y cuadros antes de marchar a Gibraltar. Los miembros de la corporación lucharon en aquellos años por reponer el patrimonio, y bien pronto lograron hacerse con la nueva imagen del Nazareno, talla completa en madera policromada, que fue procesionada por primera vez el Jueves Santo de 1947, luciendo la “antigua túnica recamada con bordados de oro”. Actualmente continúa haciendo estación de penitencia el Jueves Santo desde San Juan, en un esplendido trono realizado en los talleres del reputado tallista don Salvador Ruiz Liébana.